A veces me pongo a pensar, miro fotos, leo conversaciones (si, aun están guardadas) y comparo y no puedo evitar sentir una nostalgia angustiada. Sé, no soy tan tonta para negarlo, que también hubo épocas malas, peleas, malos royos, inseguridades, llantos etc. Pero no puedo evitar acordarme sobre todo de las cosas buenas. Quizá ese sea el poder fantástico (aunque a veces no lo sea tanto) de la mente, que nos hace recordar lo que nosotros queremos. Lo que nos apetece recordar, lo que nos hace felices. Y aunque recordemos partes dolorosas, no lo serán tanto en comparación con el presente. Ahora, aquella tarde tan gris no es nada en comparación con todas las tardes grises precedentes. Aquel llanto desconsolado, sí que tenía solución y aquel chico que tanto nos gustaba, fue fácil de olvidar. Los recuerdos, no son objetivos y cada año arrojan una nueva comprensión. Nunca podemos volver a ponernos en el momento del recuerdo, nunca volveremos a pensar como lo hacíamos en ese momento. Por eso, los problemas que tuvimos resultan nimios. Tiempo después te percatas de lo que tenías y como diría mi abuela “tiempos pasados siempre fueron mejores”.
Ahora mismo, solo necesito tiempo. Con el tiempo, quizá considere intrascendente lo que ahora siento.