Y de ti. Y de todos nosotros.
En muñeca está marcado el final de una etapa, de una
adolescencia tardía que quizá nunca llego a presentarse o se presentó tan de
incógnito que no supimos reconocer. De un período marcado inexorablemente por una
sucesión concatenada de eventos, sin tener la máxima oportunidad de elegir. Por
un aislamiento impuesto por el exterior que no supimos – o no quisimos – romper
por perder nuestra zona de confort. Por un aislamiento que significaba o se
presuponía que significaba una hermandad total y absoluta, pero que en la
práctica se vio que no es así. Porque cuando convives tanto tiempo con las
mismas personas, cuando creces con ellas, te acabas dando cuenta que los
motivos que os unían han ido desapareciendo. Porque que crezcas con alguien no
significa que vayas a tomar el mismo camino. Y eso nos pasó. Nos pasó y ese
NOSOTROS se convirtió en múltiples yoes. Nuestras relaciones siempre fueron
como nosotros, explosivas, tortuosas, marcadas por el sufrimiento interno y los
conflictos de autoestima. También por el egoísmo. El yo soy más que tú y
haciéndote sentir peor me siento mejor. Por la adolescencia en sí misma, en la
que cada uno tira para su lado, “y si tu tiras para mi lado genial, pero si no,
pienso seguir mi camino”. Y mientras las circunstancias nos mantuvieron juntos supimos utilizar eso como
una ventaja, pero una vez separados los caminos y perdido el nexo, estábamos abocados
al fracaso.
Y no digo que no mantenga gratos recuerdos. Al fin y al cabo
fuisteis mis primeras veces y como a veces digo “esos hijos de puta tenían sus
momentos”. Fuisteis mi adolescencia, mi primer grupo, la creación de mi yo, me ayudasteis
a moldear mi personalidad o por lo menos tomar un ejemplo de cómo no quería
ser. Muchas veces los mejores ejemplos son los que te dicen cómo no tienes que
hacer las cosas, y eres tú mismo el que tiene que buscar el camino correcto (si
te lo dieran todo hecho, ¿qué gracia tiene?). Fuisteis mis primeros mejores
amigos, mi primer reír hasta acabar encorvada y con dolor de tripa de la risa,
fuisteis el hombro sobre el que lloré, mis primeras borracheras, mi primer
piti, mi primer porro. Fuisteis la primera vez que alguien dependía tanto de mí
que dejaba al lado su propia personalidad, fuisteis mis primeras frustraciones
y también las últimas de ese período (y un poco del siguiente, también).
Fuisteis el dolor más grande que nunca he llegado a sentir. Fuisteis mis
confidentes, mis primeras locuras, los que me cubrían delante de mis padres, con los que viaje por primera vez y a quien di mi primer beso.
Fuisteis todas las primeras veces que puede tener una persona y que marcan
irremediablemente su paso a la adultez. Fuisteis el sufrimiento propio de la
adolescencia. Y también toda la felicidad. Fuisteis mi pasado, sin duda alguna,
algo que nunca podré olvidar. Sin embargo, ahora no os recuerdo como eráis cada
persona en particular, sino lo que sentí en esos momentos en los que me acompañasteis.
Por eso hace dos años de mí, dos años hace que abandone mi yo adolescente y por
ende a vosotros. Y no me arrepiento.
Y si, esos hijos de puta tuvieron sus momentos. Buenos y
malos. Pero por suerte, han venido muchos mejores después y los que quedan por
venir.