Eso soy yo, un tanga en el suelo de un piso ajeno. Un beso
rápido – y eso dando gracias – un cachete en el culo y un buenos días a duras
penas. El fondo de una botella después de una noche de borrachera. La ropa
sudada del día anterior, la cara de vergüenza y el rimmel corrido. Escaparse a
las 10 de la mañana rezando porque tus padres no hayan vuelto y quedarte con la
sensación de que han jugado con tu corazón otra vez. Que has vuelto a cambiar
diez minutos de placer por semanas de arrepentimiento. Que vendes tu soledad al
mejor postor y al final te quedas más sola de lo que empezaste. Un pavor
terrible a la soledad y el rechazo que te ha obligado a cambiar por segunda
vez. Adaptarse o morir, ya lo dijo Darwin. Para mí, es cobardía mal disimulada.
No sé que me da más pena. Que se haya acabado o el
hecho de haber creído que no tenía un the end. Como tu película favorita, que
siempre piensas que se va a alargar hasta la eternidad a pesar que la has visto
un millón de veces y de pronto se acaba. Tu ya te esperabas que fuese a acabar.
Es más, te sabes el mismo manido y previsible final, pero cuando se acaba te
quedas hueca, vacía. Con deseos de no haberla visto jamás, de no haber
disfrutado de esos instantes de placer que poco a poco se deslizaban entre tus
dedos sin apenas darte cuenta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario